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Homilía del Obispo en la Misa solemne de Corpus Christi


Transcripción de la homilía de la Misa Solemne de la fiesta de Corpus Christi celebrada en Lugo el 11 de junio de 2023 y presidida por el Obispo monseñor Alfonso Carrasco. 

Queridos hermanos.

Quiero saludar de manera especial, y felicitar, a los niños que están con nosotros hoy aquí: a los que han echo la Primera Comunión y a los que van a recibir a Jesús Sacramentado por vez primera en este día.

Celebramos juntos este gran día del Corpus que, desde tiempos muy antiguos, está en el corazón de la fe del pueblo de esta ciudad de Lugo, de la diócesis entera y de Galicia misma.

Cuenta la historia que allá por el siglo VI, cuando todavía Braga y Lugo eran las dos ciudades de referencia de la Gallaecia, se decidió que este pueblo tenía que tener en el centro de la mirada el signo de la verdadera fe, es decir el sacramento de la Eucaristía. Y de una manera o de otra, desde entonces, en estas tierras se quiso mantener ante los ojos este misterio que, como dice nuestro lema «aquí profesamos con firmeza».

Firmeza quiere decir corazón, corazón firme. Más allá de la debilidad del corazón humano, hay una firmeza que nos viene de reconocer en este Misterio el amor del Señor. Un amor que está en el centro de la fe de estas tierras y que tuvieron claro nuestros antiguos padres quizá antes de que se instaurara la misma fiesta de Corpus.

En la palabra de Dios que acabamos de escuchar se nos dicen cosas importantes.

La primera, que el Señor decía que nos quería dar su carne. Y nosotros es lo primero que creemos porque sabemos del amor del Señor. No miramos a la Eucaristía para decir que nosotros la adoramos, la veneramos, la amamos, sino para decir que hay un amor definitivo para todo aquello que en este mundo no podríamos asegurar de otro modo. Nuestra fe nos dice que su mirada, su amor, está definitivamente puesta en cada uno de nosotros. Y esto es lo primero que celebramos en este día de fiesta: Hay un amor, hemos sido, y somos, amados definitivamente.

El Señor atestiguó esto dándonos todo lo que nos podía dar: su ser, y para siempre. Y así nosotros decimos que en la Eucaristía, en primer lugar, reconocemos un amor inmenso que viene de Dios. Esto es magnífico porque quiere decir que hasta nuestro propio nacimiento tiene detrás un gesto que es de amor, porque está detrás Dios. Que no nacemos por casualidad y que Él nos ha

dado la vida y nos quiere.

La otra cosa que nos admira de la Eucaristía es que el Señor ha demostrado el amor sirviendo, trabajando, entregándose por nosotros. Es un servicio, porque entre nosotros, entre los seres humanos, el respeto y el amor, sólo se pueden expresar adecuadamente con el cuerpo. No nacen del cuerpo; nacen del corazón. Se ama, se ve con el corazón; pero se habla con la lengua, con las manos, con el cuerpo. De manera que el servicio inmenso del Señor se hizo obra y trabajo. Y entre nosotros quiere decir atenderse unos a otros. El que te ama te atiende,

te escucha; hace caso de ti y te cuida; si tiene que hacer un esfuerzo, lo hace; si

ha de pasar por un tramo difícil, lo pasa; no te abandona. Todo esto nosotros lo hemos reconocido en el Señor que entregó su vida, su cuerpo y su sangre por nosotros. Por esto lo tenemos en el centro de la mirada: para decir que no hay nada más grande, no hay ninguna teoría más verdadera, no hay ninguna ideología que lo mejore, porque hasta la mejor y la más bonita de las ideas es una idea, nada más. En cambio, el gesto del Señor es real, el amor es real, el servicio es real. Y así nosotros aprendemos en este día que en el sacramento participamos de

un Corazón lleno de amor, que se expresó en el servicio, en el trabajo, dando todo por nosotros y estando con nosotros.

Y quisiera recordar que por eso hoy es el día de la Caridad. La luz verdadera es la de la caridad, la de la vida, porque vida o amor o caridad son prácticamente palabras sinónimas para el hombre.

El Evangelio de hoy nos decía que este pan servirá para la vida del mundo. Eso

es porque el Señor Jesús, el Hijo de Dios, abrió el camino de la vida eterna. Nosotros durante todo el año, todos los días, hacemos memoria de esta verdad y ofrecemos la Santa Misa por el descanso eterno de nuestros difuntos. En la Eucaristía reconocemos el pan que da la vida eterna, que conduce hasta Dios, que cuida de nuestros mayores, de nuestros abuelos, de nuestros difuntos; que hace que nosotros pensemos que ninguno se escapa de la mano grande, poderosa y misericordiosa del Padre; que el Señor vino al mundo por todos nosotros y que nosotros podemos pedir por todos.

Tenemos una fe que, reflejada en el Santísimo, abre el corazón a todas las dimensiones posibles de la vida y de Dios.

Sabemos que no hay amor mayor, que no hay realidad personal más viva, que no hay esperanza más cierta que la que está en el Santísimo Sacramento, donde se esconde la entrega radical y completa del Señor. Y así reconocemos que es

Dios porque Dios, que es el más grande, se pudo hacer el más pequeño. Y en la comunión, recibes al más grande, al que no cabe en el mundo entero, al que

superaría todos los límites del universo y que está en un trocito de pan, porque así lo quiso y porque así lo pudo hacer Él, que es poderoso.

Pedimos al Señor que bendiga nuestras casas, nuestras familias, a nuestros niños y jóvenes y a esta ciudad. Que su bendición nos dé esperanza, fe y fuerzas, y nos sostenga todos los días y que hoy sea causa de alegría para todos en nuestras casas y en nuestra ciudad.