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Viernes Santo, la celebración de la Pasión del Señor


El Viernes Santo recordamos la Pasión del Señor y adoramos su Cruz.

La Iglesia, meditando sobre la Pasión de su Señor y Esposo y adorando la Cruz, conmemora su propio nacimiento y su misión de extender a toda la humanidad sus fecundos efectos, que hoy celebra, dando gracias por tan inefable don, e intercede por la salvación de todo el mundo (CO, 312).

Siguiendo una antiquísima tradición, no se celebra la EucaristíaCristo crucificado es el centro de la liturgia de hoy.

La celebración de la Pasión del Señor se desarrolla con la liturgia de la Palabra, la adoración de la Cruz y la sagrada Comunión. Antes de la adoración de la Cruz, la oración universal, que expresa el valor universal de la Pasión de Cristo, clavado en la Cruz para la salvación de todo el mundo.

Terminada la celebración, se despoja el altar, dejando la cruz con cuatro candelabros y se dispone un lugar adecuado (por ejemplo, la capilla donde se colocó la reserva de la Eucaristía el Jueves Santo), para colocar allí la cruz, a fin de que los fieles puedan adorarla y permanecer en oración y meditación.

 

 

Tampoco se celebra este día ningún otro sacramento, a excepción de la penitencia y de la unción de los enfermos. Las exequias han de celebrarse sin canto, sin órgano y sin tocar las campanas.

El Viernes de la Pasión del Señor es un día de penitencia obligatorio para toda la Iglesia por medio de la abstinencia y el ayuno.


La celebración del Viernes Santo

En este día se recomienda también que se celebren en las iglesias por la mañana el Oficio de Lectura y Laudes.

La celebración de la Pasión del Señor se ha de asegurar, por lo menos, en la Catedral, en los templos parroquiales, al menos en los principalesy en aquellos de mayor capacidad dentro de las zonas pastorales establecidas en cada Diócesis.

Esta celebración debe comenzar después del mediodía, cerca de las tres. Por razones pastorales puede elegirse otra hora más conveniente para que los fieles puedan reunirse más fácilmente: por ejemplo, después del mediodía hasta el atardecer, pero nunca después de las nueve de la noche.

El orden de la acción litúrgica de la Pasión del Señor (liturgia de la Palabra, adoración de la Cruz y sagrada Comunión), que proviene de la antigua tradición de la Iglesia, ha de ser conservado con toda fidelidad, sin que nadie pueda arrogarse el derecho de introducir cambios.

Al comenzar, el sacerdote y los ministros se dirigen en silencio al altar sin canto alguno. Si hay que decir algunas palabras de introducción, debe hacerse antes de la entrada de los ministros. El sacerdote y los ministros, hecha la debida reverencia al altar, se postran rostro en tierra; esta postración, que es un rito propio de este día, se ha de conservar diligentemente, ya que significa tanto la humillación “del hombre terreno”, cuanto la tristeza y el dolor de la Iglesia. Los fieles, durante el ingreso de los ministros, están de pie; después se arrodillan y oran en silencio.

Las lecturas han de ser hechas por entero. El Salmo responsorial y el canto que precede al Evangelio, se cantan como de costumbre. La historia de la Pasión del Señor según san Juan se canta o se proclama del mismo modo que se ha hecho el domingo anterior. Después de la lectura de la Pasión se hace la homilía, y al final de la misma los fieles pueden ser invitados a que permanezcan en oración silenciosa durante un breve espacio de tiempo.

La oración universal ha de hacerse según el texto y la forma establecida por la tradición, con toda amplitud de intenciones, que expresan el valor universal de la Pasión de Cristo, clavado en la Cruz para la salvación de todo el mundo.

En la adoración de la Cruz se debe usar una cruz suficientemente grande y bella. 

De las dos formas que se proponen en el Misal para mostrar la cruz, elíjase la que se juzgue más apropiada. Este rito ha de hacerse con un esplendor digno de la gloria del misterio de nuestra salvación; tanto la invitación al mostrar la cruz como la respuesta del pueblo, hágase con canto, y no se omita el silencio de reverencia que sigue a cada una de las postraciones, mientras el sacerdote celebrante, permaneciendo de pie, muestra la cruz.

La adoración de la cruz la hará el sacerdote con una genuflexión o una inclinación profunda. El resto de la asamblea lo hace por medio de una genuflexión o inclinación profunda cuando la cruz sea mostrada, y sin moverse de su lugar. Se podría invitar, también, a todos los participantes a la liturgia a que hagan un momento de oración, en silencio, mientras se contempla la cruz. Se evitará, en cualquier caso, la procesión de los fieles en este momento de la celebración.

La adoración de la cruz es un elemento muy importante de esta celebración. Durante la adoración de la Cruz cántense las antífonas, los “improperios” y el himno, que evocan con lirismo la historia de la salvación, o bien otros cantos adecuados.

Después de la adoración de la cruz, la celebración continúa con la invitación al Padrenuestro , que luego canta toda la asamblea. No se da el signo de la paz. La comunión se desarrolla tal como se describe en el Misal. Durante la comunión se puede cantar el Salmo 21 u otro canto apropiado. Terminada la distribución de la comunión, el copón se lleva a un lugar preparado fuera de la iglesia.

Al acabar la celebración se despoja el altar, dejando la cruz con cuatro candelabros. Dispóngase en la iglesia un lugar adecuado (por ejemplo, la capilla donde se colocó la reserva de la Eucaristía el Jueves Santo), para colocar allí la cruz, a fin de que los fieles puedan adorarla y permanecer en oración y meditación.

Nota: El modo habitual de la celebración se puede leer en las recomendaciones establecidas en la Carta Circular sobre las Fiestas Pascuales, de la Congregación para el Culto Divino, de 1988.


Comentario a las lecturas según el calendario litúrgico

La acción litúrgica del Viernes Santo llega a su momento culminante en el relato según san Juan de la Pasión de aquel que, como el Siervo del Señor, anunciado en el libro de Isaías, se ha convertido realmente en el único sacerdote al ofrecerse a sí mismo al Padre.

El color de las vestiduras litúrgicas es el rojo. 

LECC.: vol. I (A).

  • Is 52, 13 — 53, 12. Él fue traspasado por nuestras rebeliones (Tercer
  • cántico del Siervo del Señor).
  • Sal 30. R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
  • Heb 4, 14-16; 5, 7-9. Aprendió a obedecer; y se convirtió, para todos los
    que lo obedecen, en autor de salvación.
  • Jn 18, 1 — 19, 42. Pasión de nuestro Señor Jesucristo

La liturgia de la Palabra nos mostrará cómo las antiguas profecías mesiánicas se cumplen en la Pasión y muerte de Jesús, que hoy escucharemos en la versión de san Juan. Cristo, muerto fuera de las murallas de la ciudad a la hora en que se sacrificaban en el templo los corderos para la pascua judía, es el Cordero expiatorio que ha cargado con el peso de nuestros pecados y así ha sido santificado. La Iglesia brota de su costado abierto por la lanza del soldado, para la salvación de todo el mundo, por quien se pide de modo especial en la oración de los fieles. El signo propio de hoy es la imagen del Crucificado, a quien en la acción litúrgica se venera de manera especial. Hoy no se celebra la eucaristía, pero comulgaremos con las formas consagradas ayer.