Queridos hermanos sacerdotes:
Por primera vez en nuestra existencia presbiteral nos encontramos imposibilitados de vivir y manifestar la unidad con nuestros hermanos, con nuestros feligreses, en la celebración común de la Eucaristía, diaria y dominical. Es como si el rasgo más hondo de nuestra identidad cristiana y sacerdotal se alejase de nuestra mirada. Pero sabemos que no es así: seguimos siendo pastores del pueblo encomendado y con él caminamos en esta etapa de la vida, en las circunstancias tan especiales de la Cuaresma de este año.
Todos necesitamos la luz de la fe, la certeza viva de ser amados, reconciliados, salvados por nuestro Señor, y más aún cuando muestran su fragilidad las certezas que podían constituir el día a día de nuestra vida social. Confortemos a nuestros fieles, ayudándoles a ver cómo su dignidad y su destino, su vocación al amor y a hacer el bien, su capacidad de entrega y de sacrificio, permanecen y, con la gracia de Dios, son el fundamento sólido para vivir bien estos días. Recordémosles que ofrecemos cada día la Santa Misa al Padre por ellos y por toda la sociedad. Invitémosles a asociarse espiritualmente a esta celebración, a rezar juntos en algún momento del día; el Señor ha asegurado que nos escucha cuando, unidos, pedimos algo en su nombre (Mt 18,19-20). Y evitemos la soledad y el abandono que pudiesen llevar alguien a desconfiar del amor de Dios por su persona.
Nuestra presencia como Iglesia es en este tiempo un signo de especial importancia para todos. Los desafíos de cada día, los afectos verdaderos, la amistad real, abrirán caminos a la creatividad de nuestras parroquias. Como sacerdotes estamos llamados no sólo a proponer, sino también a acoger, a promover, a guiar iniciativas buenas que puedan surgir entre los fieles.
Por nuestra parte, mantenemos abiertos los templos en los horarios oportunos. Es también un signo: estamos confinados por un momento, pero nuestra casa, nuestro hogar es más grande, llega al cielo.
En la medida de nuestras posibilidades y con las debidas precauciones,
respondamos con generosidad a las necesidades espirituales de nuestros fieles: sepamos estar cerca de quien necesita pedir perdón por sus pecados, facilitemos recibir la Eucaristía a los enfermos, atendamos la petición de quien se encuentra en situación ya grave y vuelve la mirada a Dios. Después de todo, somos pastores según el modelo del Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas. Los sacerdotes que no puedan o no deban por pertenecer a un grupo de riesgo, ir al encuentro de una persona enferma, debe pedir el auxilio de otro hermano sacerdote cuando lo necesite. En la vida cotidiana todos encontraréis formas y caminos para estar cerca de vuestros fieles y ser pastores que hagan presente la caridad del Señor.
Las palabras de este breve mensaje sólo quieren ser, en realidad, un gesto de aliento, la confirmación de que estamos viviendo juntos, como sacerdotes, los desafíos de esta grave crisis. Es un decir en voz alta que la oscuridad o la falta de perspectivas del momento no ponen en duda nuestra misión, nuestra fe en el Señor, la certeza de que su amor sigue siendo el impulso primero de nuestro corazón.
Viviendo nuestra unidad, nuestra pertenencia diocesana, estaremos afirmando delante de todos nuestra pertenencia al Señor de la vida, y a su Pueblo, nuestros hermanos.
Con mi afecto y bendición,
+ Alfonso Carrasco Rouco, Obispo de Lugo