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MENSAJE SOBRE ORACIÓN

Lo último del obispo


Queridos hermanos,
muchos de nosotros, además de la incomodidad y problemas que genera esta situación de confinamiento, están sufriendo la enfermedad en primera persona o están haciendo grandes esfuerzos para luchar contra ella y en bien de los demás. Todos tenemos presente al personal sanitario, en sus diferentes niveles, incluidos nuestros capellanes hospitalarios; pero también a todos los que siguen trabajando por hacer posible la vida en esta circunstancia.
Quienes sufren más directamente la enfermedad, quien afronta sus riesgos y consecuencias en primera persona, merecen por supuesto nuestro apoyo y agradecimiento. Pero nosotros algo especial y propio podemos hacer cada uno para ayudarlos, y esto es ante todo rezar por ellos, por sus personas y sus esfuerzos, por su acierto en las decisiones, también por sus familias.
Nos lo dice la misma Palabra de Dios: “… rezad unos por otros, para que os curéis. Mucho puede la oración insistente de un justo” (St 5,16). Y también la Escritura nos enseña que el Señor acoge la oración del pobre y del desvalido, de quien necesita protección; que no desprecia al corazón contrito, que no puede argumentar sus peticiones más que con su humildad y su necesidad grande de bien.
Por otra parte, siempre hemos sabido qué gran fuerza de intercesión tiene la oración de la persona enferma, la ofrenda de su sufrimiento, puesto simplemente en las manos del Padre ¡Con cuánto amor lo recibirá! Jesús mismo lo ha dicho hablando de la ofrenda de la viuda pobre: ha dado más que nadie, porque ha echado todo lo que tenía para vivir. Más aún, Él mismo lo puso en práctica en su Pasión, en la ofrenda de sí mismo al Padre para la salvación de todos.
¡Ayudemos con nuestra oración las súplicas de nuestros enfermos, que muchas veces no tendrán ya la capacidad o las fuerzas de hacerlas en primera persona! Esto es también ser Iglesia: una inmensa comunidad de oraciones, en las que Jesús mismo intercede ante el Padre, como nuestra Cabeza, en la que se unen las oraciones de los que seguimos estando en la tierra y las de los que han llegado al cielo, la Santísima Virgen María, San José, los Santos y tantos fieles, incluso amigos y familiares nuestros, que están ante el Señor.
El ejemplo vivo más palpable son nuestras comunidades de vida consagrada, especialmente contemplativa, llamadas y entregadas a la oración ante Dios por el bien de toda la Iglesia y del mundo. Alegrémonos y agradezcamos su presencia en nuestra Diócesis, pues rezan en primer lugar por nosotros. Confiemos en que lo hagan ahora para que el Señor nos libre del mal y, si es posible, acorte el tiempo de esta pandemia.
La oración verdadera brota de nuestro corazón y se dirige al de Dios, y por eso no deja de estar siempre en el corazón de la Iglesia. Hecha con alma y de verdad –en espíritu y verdad– tiene una fuerza grande ante el Señor, que, en su misericordia, la acoge tanto más prontamente cuánto más humilde y confiada es.
Y Dios ayuda, se alegra de este gesto primero de fe y de caridad, de poder venir en nuestro auxilio por medio también de nuestras súplicas, de contar con nuestras fuerzas –aunque sean pocas–, con nuestro corazón. Pidamos pues al Señor con sencillez, reconciliados con los hermanos, ciertos de que nos escucha como un Padre.
La Iglesia universal, por medio de su cabeza visible, nuestro Papa Francisco, nos confirma a todos en la fecundidad de la oración, concediendo la indulgencia plenaria a los fieles enfermos de coronavirus, a los que los cuidan, exponiéndose al riesgo de contagio, y a todos los que rezamos para implorar el fin de la pandemia, el alivio de los afligidos y la salvación eterna de los que Dios ha llamado a sí. [Puede verse en anexo esta concesión de la Penitenciaría Apostólica, explicado en detalle, que a todos interesa].
La eficacia de la oración se ha demostrado muchas veces; también hoy renovará las energías más íntimas, sostendrá la fe y la esperanza de nuestros enfermos y de quienes los cuidan, de todo el personal sanitario, y de todos los que se preocupan y trabajan por el bien común.
No nos olvidemos de presentar cada uno nuestras súplicas a Dios. Es algo que todos podemos hacer, como una contribución personal, como una palabra propiamente nuestra, que sólo cada uno puede decir. Podría ser, por ejemplo a las 12h. de la mañana, cuando se hará un momento de oración en las parroquias, siguiendo la retransmisión de la Misa, o rezando el Rosario a las 20h., como están haciendo ya muchos hogares.
Pero lo más importante es que recemos nosotros, que acudamos personalmente a presencia de nuestro Padre y expresemos con sencillez los dolores y los deseos de este momento. Pidámosle la salud del cuerpo y del alma, que nos guarde en su paz, que no dudemos de nuestro destino bueno ni de que en todo momento podemos hacer el bien, estando atentos a las necesidades del prójimo.
Que la Virgen María vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos y ampare nuestras casas, familias y hospitales estos días especialmente.
Con mi afecto y bendición,

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