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Homilía del Obispo de Lugo en el Miércoles de Ceniza


Transcripción de la homilía del Obispo de Lugo en la Misa de Miércoles de Ceniza.

Queridos hermanos:

Con el Miércoles de Ceniza iniciamos el camino de la Cuaresma. Aunque sólo sea por curiosidad podemos recordar que cuarenta fueron los días que Nuestro Señor ayunó en el desierto antes de empezar su tarea públicamente. Fue como un símbolo pero lo hizo realmente. Era, sí, un ayuno grande que reflejaba el antiguo símbolo de los 40 años que los israelitas habían peregrinado por el desierto camino de la tierra que Dios les había prometido. Y los cristianos desde el inicio mismo han mantenido, hemos mantenido, esta tradición de los 40 dias previos a la llegada, no a la tierra prometida como los antiguos israelitas sino a la fiesta de la Pascua, a la victoria sobre la muerte y a la resurrección. Esto simboliza muchas cosas: Podemos decir que simboliza el camino de la vida, que es una. Tiene una dimensión evidente de lucha, de tarea, de trabajo, de fatiga, de esfuerzo… También significa más cosas pero, para nosotros, al final, después de todo, es un tiempo que refleja nuestro ser cristianos, nuestro caminar hacia la Pascua y nuestra pertenencia a la Iglesia.

La Cuaresma sólo la celebramos nosotros, los cristianos, y nos recuerda un poco quiénes somos. Nos da certeza de quiénes somos y nos anima en nuestro camino. Nos pone ante los ojos la meta que es la vida, la vida plena, la resurrección, la victoria de nuestro Señor Jesucristo. Pero también nos pone ante los ojos que hacemos un camino juntos, un recorrido que no haríamos solos. Un recorrido con el que le damos una forma a la vida que no le daríamos si no fuésemos un pueblo que camina unido, miembros de una Iglesia. Así, la Cuaresma nos recuerda quiénes somos, nuestra identidad y nos recuerda también que en el camino de la vida vamos a tener una cierta responsabilidad personal. Puede haber tiempos difíciles, luchas, victorias más o menos pequeñas pero que lo hacemos con determinadas ayudas, acompañándonos unos a otros y con la certeza de quiénes somos y de cuál es la meta. En este sentido, somos un pueblo que camina así, en medio de las dificultades, como todos, pero con una profunda tranquilidad de corazón. No porque no vaya a haber luchas o problemas, que los habrá, sino por  la tranquilidad y la certeza de saber de Dios, de su ayuda; y saber también de la compañía por la que no estamos solos. Todo esto da mucha confianza y todo esto lo simboliza la Cuaresma.

Después de decir lo anterior para indicar qué es para nosotros la Cuaresma, es necesario recordar también que este tiempo litúrgico está caracterizada por una cierta actitud de conversión para volver sobre nuestra verdadera identidad, sobre nuestra conciencia verdadera y luchar por ella. Tenemos que volver a nosotros mismos y luchar por ello. Y se nos dan algunos instrumentos que podemos usar; pequeños pero eficaces, muy inteligentes, muy enraizados en la experiencia humana desde siempre.

Lo primero es que tenemos que volver a nuestra verdadera identidad de hijos de Dios, de bautizados: convertirnos. Conversión significa mirar de otro modo; significa que la mirada tiene que volverse hacia otras cosas, que tenemos que entender de otra manera, que no hay que equivocarse en la percepción de la vida, del mundo y de uno mismo. Conversión es verlo todo con otra luz. Esto llevaba dentro la invitación de Jesús: «convertíos y creed en el Evangelio». Él estaba diciendo: `mirad, cambiad la manera de ver las cosas y creed lo que os digo porque es algo bueno, un bien inmenso´.

Para nosotros, por lo tanto, convertirse significa volver a nuestra verdadera identidad. Decía la oración del inicio de la Misa: «que en nuestras luchas espirituales tengamos el auxilio de la austeridad». Quiere decir esto que cada uno de nosotros importa: las luchas espirituales sí pueden ser comunes, pueden ser las batallas de nuestra época, pero el terreno en el que suceden es en el corazón de cada uno. Nuestra lucha espiritual es la nuestra, es la mía.

Decía Jesús en el Evangelio de hoy: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial.» Esto quiere decir que los demás podrán opinar, podrán decir, hacemos bien, hacemos mal, habrá quien quiera hacer las cosas solo para quedar bien… Y para ver cómo te van a mirar las gentes, a ver qué van a decir los unos, a ver qué van a decir los otros…  Así Nuestro Señor estaba diciendo: ‘si lo hacéis así para recibir el premio y te preocupas solo de a ver cómo me van a mirar… pues ya te miraron, ya se acabó, ya no recibes nada más’. Y nos invitaba a volver el corazón, a pensar, a hablar con Dios, que está en los escondido.

Es en el fondo del corazón, en lo escondido, donde sucede lo más importante. Así lo que hacemos mal lo hacemos ahí, en nuestro interior, y nos mentimos a nosotros mismos, nos engañamos. Falta vida, falta autenticidad, falta luz en nuestros corazones. Y acabamos haciendo daño al vecino. Y vamos estropeando el camino de la vida. Esta falta de equidad, esta falta de luz, esta falta de verdad en el corazón acaba convirtiéndose en mentira hacia fuera. Por eso debemos volver al Señor. Decía Él: «Entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará».

Somos cristianos. Volvamos a la verdad de lo que realmente somos, de nuestra conciencia, de la certeza de nuestro corazón, del bien, de nuestra vida. Y ante Dios, no guiándonos por lo que diga la gente. Hoy parece hasta extraordinario decir esto, porque hoy todo gira en torno a lo que diga la gente, lo único que importa es lo que digan. Y a veces es muy cierto que importa muchísimo porque te pueden arrasar en una campaña en los medios o te pueden arrasar con las redes sociales. Empiezan a hablar mal de ti y acaban contigo si realmente llega a tener mucha influencia lo que digan. Pero en verdad lo que importa somos cada uno, nuestro nuestro corazón. ¿Podremos vivir con esta actitud? Sí, si caminamos juntos, sí; cuando estamos unidos, cuando nos podemos apoyar, cuando nos ayudamos como pueblo que camina unido.

Y luego la oración hablaba de la austeridad y lo decía con respecto al ayuno y a la limosna. En la Iglesia desde siempre se nos pide esto y se nos pide poco: el Miércoles de Ceniza, que es hoy, y el Viernes Santo; no es mucho. Deberíamos hacerlo porque con ello  mostramos que somos nosotros quienes gobernamos incluso nuestro propio cuerpo. Con eso estás haciendo un gesto de dominio sobre ti. Como hacer limosna que, como todos sabemos, significa muchísimas cosas. Puede ser un gesto magnífico de amor al prójimo, de solidaridad, pero es también un gesto de libertad, de afirmar que no adoras a los dioses de oro y de plata. Hoy día se puede comprar todo, incluso se puede comprar nuestra persona, nuestra conciencia, nuestra buena voluntad: todo está en venta. Pero nosotros decimos no. El gesto de la limosna que cada uno podemos hacer libremente es extraordinariamente significativo. Significa muchísimas cosas en la vida de cada uno y lo podemos hacer fácilmente. Nadie lo va a ir a mirar y solo Nuestro Señor lo sabe.

Estas son como actitudes de fondo para vivir en este mundo donde nosotros somos quienes guardamos la conciencia y guiamos nuestra vida donde no la vendemos por bienes de este mundo porque somos hijos de Dios. El camino de la Cuaresma es como un símbolo del camino de la vida en el que tenemos alegrías pero también dominio, trabajo, también penitencia y necesidad de pedir perdón.

Qué el Señor nos conceda vivir bien la Cuaresma, como un tiempo bueno para nosotros.

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