Início / Menu Diócesis / Obispo / Documentos / Homilías

HOMILÍA CORPUS CHRISTI

Lo último del obispo


Queridos hermanos,

celebramos un año más esta gran fiesta del Corpus Christi, de tan especial significado en nuestra ciudad y en nuestra Diócesis de Lugo. Ante el Santísimo Sacramento expresamos la conciencia que tenemos de nosotros mismos, de nuestra fe y de nuestra identidad. Miramos a la vida confiando en Jesús Sacramentado, como nuestros antepasados que, generación tras generación, recibieron de su mano el pan de vida:  quien cree en mí, no morirá para siempre.
 Nos alegramos de estar aquí, unidos por el Señor, de tantas parroquias, movimientos, asociaciones y cofradías, institutos de vida consagrada; en una palabra, de tantas familias, cada una con su historia singular.
Desde los inicios mismos, todos los cristianos guardan y se transmiten la memoria de la Última Cena, en la que Jesús expresó lo más íntimo de su corazón, la verdad del gesto que iba a cumplir en la cruz, la voluntad que lo animaba a dar este paso, dar la vida en rescate de muchos.
Va a entregar su cuerpo y derramar su sangre por nosotros y por todos, para el perdón de los pecados, para hacer realidad entre los hombres el Reino de Dios. Pero, al instituir la Eucaristía, el Señor no sólo nos dice que morirá en la cruz y resucitará por nosotros y por nuestra salvación; sino que también se nos da Él mismo como alimento, como pan de vida. Cumple así Él, el primero, lo que dijo a sus discípulos: dadles vosotros de comer.
De este modo, nos revela que la misericordia y el perdón no son un don realizado sin mayor implicación personal, como manteniendo las distancias. No nos ofrece simplemente alguna de sus riquezas, sino a su propia persona, en una entrega sin reservas, que sólo puede entenderse como un gesto de amistad –aunque sea inmerecida, aunque tenga Él toda la iniciativa y pague todos los costes. Así es Jesús, así muere y se sacrifica, así vive y lo expresa en la Última Cena, y así quiere que guardemos memoria de Él. Porque así es Dios, el Padre, la Santísima Trinidad: Dios es amor.
Pero, en realidad ¿podríamos aceptar de otra manera ningún tipo de misericordia y de perdón en nuestro corazón? Ni la salvación misma, y una vida nueva, podría entrar realmente en el secreto de nuestro interior, si no quisiésemos nosotros, si no la acogiésemos con libertad. Se quedaría en algo externo, que chocaría con nuestra responsabilidad personal, con nuestra dignidad. Sólo podemos acoger en nuestro interior una vida nueva de manos de quien reconocemos como verdadero amigo y padre. Por eso, Cristo nos salva por el camino de una amistad, ofreciendo a los suyos una relación de unidad de profundidad inesperada. La mesa de la Última Cena es una mesa para amigos.
El Señor Jesús hace la obra inmensa de la redención del mundo, que supera el entendimiento y la imaginación de los suyos, de forma plenamente humana, adecuada a nuestro ser: como un gesto de amistad, como el ofrecimiento de una comunión profunda.
Sólo por esta vía entra en nuestro corazón la vida, el Espíritu nuevo del Salvador. Porque puede conseguir que acojamos su Corazón en el nuestro, que abramos la puerta al que se entrega por nosotros con toda humildad y manifiesta así un amor sin límites, en que se revela y realiza la voluntad misma de Dios.
Sólo este Corazón es plenamente humano, está lleno de vida para siempre, vencerá sobre la muerte. Reconocerlo es confiar en Jesús como el Salvador, tener fe en Él –y en el Padre que lo envía. Y es aceptar su amistad, el don de su Persona: comulgar su Cuerpo y su Sangre. Esta es la amistad –y la misericordia– perfecta ya en este mundo: todo lo mío es vuestro, como todo lo vuestro es mío. También vuestras penas y vuestra muerte es mía; como mi amor, el amor inmortal de Dios que alienta en mi corazón, mi vida resucitada es vuestra.
El sacramento de la Eucaristía significa que el Señor nos salva consiguiendo que su vida y su amor entren también en nuestro corazón, que lata al unísono con el suyo, que recibamos su Espíritu. Nos salva restaurando nuestra responsabilidad y nuestra dignidad.
Su Cuerpo y su Sangre son la fuente de vida para siempre, pero en la forma de la acogida libre, de la participación del propio corazón, de la comunión con Él. El Corpus significa proclamar que este Pan de vida alimenta la vida definitiva, la humanidad plena, que reconocemos realizada en Cristo, vencedor de todo pecado y de la muerte.
Honrar el Cuerpo de Cristo es acogerlo en nuestro corazón. Con nuestros cantos y símbolos, con nuestra celebración y procesión solemne, afirmamos que su amor es nuestra esperanza, que esta amistad única que Él establece en el mundo es el camino de la vida y de la verdad. Y, por tanto, que confiamos en la grandeza de este don eucarístico para renovar nuestra persona, nuestra relación con el prójimo y con todo el mundo.
Así entra la salvación en nuestra vida, en nuestras casas: con Jesús Sacramentado, cuyo amor acogemos. Ya ahora nos permite vivir y participar de su aliento, de su manera de pensar, de su Espíritu. Seremos misericordiosos, porque Él –y su Padre– es misericordioso. Podremos dejar huella, que devuelva la esperanza al prójimo y al mundo, como Él la dejó en nuestros corazones. Por eso, el día de Corpus es necesariamente también el día de Caritas. Acoger con fe y adorar el Cuerpo y la Sangre de Cristo hace que la Caridad sea real en cada uno de nosotros. 
Resuenan entonces de otro modo las palabras del Señor: dadles vosotros de comer, conmigo, a mi escuela, con mi Espíritu. Como dirá el Apóstol,  no amemos de palabras, sino con las obras; realicemos la verdad en el amor. Y como nos recuerda el lema de la Jornada de la Caridad este año: Practica la justicia, deja tu huella.
No olvidemos nunca cómo el Señor nos ha amado, contemplémoslo siempre en el Santísimo Sacramento; para poder amarnos también así los unos a los otros. No esconderemos entonces el rostro ante el sufrimiento, reconoceremos las necesidades y las miserias, nuestros propios pecados, practicaremos la justicia; movidos íntimamente por este sacramento de la unidad, de la caridad y de la paz.
Que el Señor nos dé amar con todo el corazón, como Él lo ha hecho, al Padre de quien recibimos todo bien, y de todo corazón también a nuestros hermanos, al prójimo, al que nos necesite.
Y, con la gracia de Dios, amemos también la Eucaristía, a Jesús Sacramentado, que humildemente sostiene nuestra vida todos los días, hasta el fin del mundo. Reconozcamos que Él es el único Salvador, el único que ha sabido amar y ha podido servir y salvar a todos los hombres. Que Él sea nuestro pastor y nuestra guía; y que nosotros seamos sus ovejas, que conocen su voz y lo siguen, sus amigos.
En este día de Corpus, hagamos memoria y admiremos el misterio de su entrega y de su presencia, el don de su amistad, que resuena en las palabras de Góngora:
Pasto, al fin, hoy tuyo hecho,
¿cuál dará mayor asombro,
o al traerte yo en el hombro
o al traerme tú en el pecho?
Prenda son de amor estrecho
que aún los más ciegos ven.
 

Contactos
Dirección

Plaza de Santa María 1
27001 Lugo Lugo

Teléfono

982231143

Correo electrónico

Envía Correo

March