La celebración de la Navidad nos sitúa en el centro del misterio de nuestra fe: el Hijo de Dios se hace hombre y entra en la historia para habitar entre nosotros. La liturgia de estos días nos conduce, a través de signos sencillos y profundamente elocuentes, a contemplar el gran don del amor de Dios que se hace cercano, frágil y accesible.
En la noche santa, la Iglesia proclama con gozo que la luz brilla en la oscuridad. El canto del Gloria, que vuelve a resonar después del silencio del Adviento, anuncia la alegría del cielo y de la tierra reconciliados. El Niño que nace en Belén es el Emmanuel, Dios con nosotros, y su presencia transforma el tiempo, el corazón y la vida de los creyentes.
Desde una perspectiva espiritual, la Navidad es una llamada a acoger a Dios que se acerca con humildad, a abrirle espacio en nuestra vida personal, familiar y comunitaria. En la sencillez del pesebre descubrimos un estilo de vida marcado por la confianza, la gratuidad y la ternura. Celebrar la Navidad es dejarnos renovar por la esperanza que nace de saber que Dios no abandona a su pueblo y camina con nosotros en medio de la realidad cotidiana.
En nuestra diócesis de Lugo, la Navidad se vive también como un tiempo de encuentro, de solidaridad y de comunión eclesial. La fe compartida, la oración en comunidad y la atención a quienes más lo necesitan son signos concretos de la presencia de Cristo que sigue naciendo hoy.
Que la celebración de la Navidad llene nuestros hogares y corazones de paz, alegría y esperanza. Que el Niño Jesús nos conceda mirar el futuro con confianza, fortalecer nuestra fe y renovar el compromiso de ser testigos de su amor en el mundo.
¡Feliz y santa Navidad, llena de la esperanza que no defrauda!
María José Campo
