Quien entra estos días en la parroquia de Sarria no se encuentra solo con un Belén. Se encuentra con un itinerario. Un camino que invita a mirar de frente la realidad del mundo —el sufrimiento humano, la violencia, la fragilidad— y, al mismo tiempo, a descubrir cómo la luz de Dios atraviesa los muros y no deja la historia cerrada en la desesperanza.
El montaje está pensado para recorrerlo despacio. No es un adorno: es una catequesis. Es memoria. Es Evangelio.
Las consecuencias de la guerra
Lo primero que aparece es una exposición dura, con imágenes y símbolos de la guerra: cadenas, esclavitud, cárceles, trincheras, destrucción. En cada panel hay una llamada a escuchar lo que tantas vidas siguen gritando.
Una sangre desciende desde lo alto, como en las visiones bíblicas de ruina. Y surge una pregunta que interpela:
¿quién comprende la razón de “sacar” la sangre a los otros, cuando Jesús la derramó para que nunca más perdiéramos la nuestra?
Al final de esta pared, una Palabra de Dios, y un signo que lo transforma todo: el muro es atravesado por la luz. Porque Dios sigue siendo, hoy, extranjero, perseguido, esclavizado y sufriente en muchos. La pregunta no es solo “¿dónde está Dios?”, sino: ¿dónde está el hombre? ¿dónde estamos? ¿somos peregrinos o errantes?
De frente: memoria del desastre en Valencia
El segundo espacio conmemora el desastre natural sufrido en Valencia, cuyo primer aniversario se celebró recientemente. Quedan preguntas, como siempre quedan. Y el agua aparece aquí con toda su fuerza simbólica: signo de muerte y vida para los cristianos.
Verla recorrer calles, puentes y casas dejó impotencia. Y regresa una inquietud inevitable: ¿cómo explicamos una dana? ¿Dios estaba “dormido”? ¿qué entendemos de su acción?
El Evangelio responde desde lo esencial: Jesús asegura que Él y el Padre siguen trabajando (cf. Jn 5,17). Confiemos en ese trabajo. También aquí, al final, una Palabra de Dios, y el mismo signo: la luz atraviesa el muro. Dios sigue recorriendo la historia; es inocente, atrapado por nuestras corrientes, acompaña y defiende. Jesús no se quedó fuera: quiso entrar en la miseria para sacarnos de ella. Y la pregunta queda abierta para cada uno: ¿dejamos a Dios ser Dios en nuestra vida?
El Pesebre: calidez, sentido y Pan
Tras detenerse en los detalles escondidos, el visitante llega al corazón: el Pesebre. El lugar tradicional donde contemplamos a Jesús, María y José, junto a la mula y el buey. Todo se vuelve cálido, en contraste con lo anterior: porque donde está Dios solo puede existir sentido y luz.
Belén significa “casa del Pan”, y por eso el material y el color del papel evocan ese resguardo sencillo que guarda la Vida. Jesús se hizo Pan: es el Pan de la Vida. Y somos llamados a comer de Él, a vivir de Él.
De ahí nace también una enseñanza concreta: quien se alimenta de Cristo sonríe más y murmura menos. Y es que la murmuración no da frutos: quien se dedica a ella no es feliz, y quien no es feliz no fructifica.
Un Belén con 14 parroquias a sus pies
El recorrido concluye con un gesto lleno de significado: catorce parroquias de esta comarca están colocadas a los pies del Belén. No es casualidad; es un deseo vivo de “Volver a Belén”, a la condición original, al centro.
Porque ni los pastores ni los Magos llegaron solos: necesitaron compañía para llegar al centro del mundo, Jesús. Por eso esta petición final es también un envío: que cada parroquia sea una estrella y un anuncio constante.
Que nuestros oídos estén siempre afinados a la Palabra, como los pastores que, «al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño» (Lc 2,17), y como los Magos, que «se retiraron a su tierra por otro camino» (Mt 2,12), porque quien se encuentra con Cristo ya no puede seguir siendo el mismo.
Con María y José, contempladores santos, pidamos la gracia de entrar en ese lugar “fuera de la posada”, donde Dios nace.
Porque este Belén no está para decorar: está para evangelizar.
