El Tercer Domingo de Adviento, conocido tradicionalmente como Domingo Gaudete, nos invita a la alegría serena que nace de sabernos visitados por Dios. En medio del camino hacia la Navidad, la liturgia interrumpe brevemente el tono penitencial y nos recuerda que la venida del Señor no es motivo de miedo, sino de confianza y esperanza.
Las lecturas de este domingo –especialmente el testimonio de Juan el Bautista y el anuncio de Jesús a través de sus obras– nos abren a una certeza luminosa: Dios está actuando, incluso cuando a nuestros ojos todo parece lento, frágil o incierto. El Señor viene, y viene para salvar, sanar y renovar.
Una invitación a dejarse llenar por el Espíritu
El Adviento es un tiempo en el que el Espíritu Santo trabaja silenciosa y profundamente en nuestros corazones. Por eso, este domingo es una llamada a dejarnos conducir por Él, a abrir espacios de silencio y oración donde pueda encender en nosotros la alegría de la fe.
En medio de las prisas de estos días, del cansancio del final de año o de las dificultades que cada uno lleva dentro, la Palabra nos repite:
“Sed fuertes, no temáis: vuestro Dios viene” (Is 35).
Dejémonos llenar del Espíritu para reconocer los signos de su presencia:
– en la paciencia que nos sostiene,
– en la bondad que nace cuando acogemos al otro,
– en la paz que crece cuando nos ponemos en manos de Dios.
Preparar la Navidad con esperanza
La cercanía de la Navidad no es sólo un acontecimiento litúrgico: es una oportunidad de renovación espiritual, un tiempo de gracia para volver a lo esencial. Preparar el corazón significa recuperar la mirada confiada, abrirnos al perdón, cuidar la oración y compartir con los que más necesitan.
Como Juan el Bautista, también nosotros estamos llamados a señalar la presencia de Jesús: en nuestras familias, en nuestras comunidades y en nuestra diócesis. La esperanza cristiana no es optimismo vacío, sino certeza de que Dios cumple sus promesas.
Un Adviento de fe, un camino hacia la Luz
Desde la Diócesis de Lugo invitamos a todos los fieles a vivir este III Domingo de Adviento con un corazón abierto y agradecido. Que cada gesto de fraternidad, cada oración y cada celebración vaya preparando en nosotros el lugar donde Cristo quiere nacer.
Que María, mujer de la espera y de la alegría, nos acompañe para acoger la Navidad como un don de fe y de gracia, y para descubrir que el Señor sigue viniendo, hoy, a nuestra vida y a nuestro mundo.
