La Catedral de Lugo acogió ayer la celebración del 9º aniversario de la renovación de la concesión de la indulgencia plenaria, cotidiana y perpetua, un don singular que permite obtenerla cada día, sin límite en el tiempo, vinculada siempre a la oración y a la adoración del Santísimo Sacramento. Una gracia que puede ofrecerse por uno mismo o como acto de caridad por los difuntos.

Durante la homilía, el obispo de Lugo, Mons. Alfonso Carrasco, invitó a profundizar en las lecturas proclamadas, recordando que toda indulgencia tiene su fundamento en el misterio de la Eucaristía. A partir de la primera lectura, que presenta una descripción luminosa de la Sabiduría divina, puso de relieve su capacidad para penetrarlo, comprenderlo y transformarlo todo por su pureza y delicadeza.
El obispo señaló que esta Sabiduría se entiende plenamente a la luz del misterio eucarístico: “la Sabiduría se hizo carne en Cristo, el Logos eterno que habitó entre los hombres y cumplió su misión redentora a través de su humanidad.En la Eucaristía se contempla a Aquel cuya pureza, amor y cercanía son capaces de entrar en cada corazón, iluminarlo y sanarlo”.
Asimismo recordó que la Sabiduría, descrita como capaz de sostener el universo entero, se hace presente en la Hostia consagrada, “blanca, sencilla, casi transparente”, para hacerse accesible a todos. Ser “amigos de la Sabiduría”, explicó, es reconocer a Cristo presente y no despreciar su cercanía; es mirarlo y confiar en Él.
La homilía subrayó que “confiar en el Señor presente en la Eucaristía implica presentar ante Él pensamientos, pecados y dolores, acogiéndose a su misericordia. Dios ama ese gesto humilde de quien se abandona a su amor, porque reconoce en Cristo al Hijo que salva y renueva”.

En este contexto, el obispo recordó el carácter único de la indulgencia perpetua concedida a la Catedral de Lugo, íntimamente ligada al misterio de la fe. En la Eucaristía, dijo: “culmina la obra redentora de Cristo, que permanece glorioso en el cielo, pero a la vez realmente presente en el Sacramento”.
Advirtió que puede ser comprensible no comprender plenamente la profundidad de la Eucaristía, pero no es propio de la fe permanecer indiferentes a ella. “La fe– afirmó- conduce a admirar y adorar este misterio, donde se resume la entrega insondable del Hijo de Dios y su obra de salvación”.
Finalmente, invitó a los fieles a acercarse a la indulgencia con confianza, presentando al Señor las consecuencias del pecado para que “Él sane, renueve y cuide”.
Esta gracia, recordó, puede ofrecerse tanto por cada uno como por los difuntos, pidiendo que sean liberados de las consecuencias del pecado y alcancen la plenitud del encuentro con Dios.
María José Campo




